Tú, que en la actualidad portas un apellido que te identifica y vincula con tu herencia y cultura, posiblemente te habrás preguntado alguna vez cómo se transmitían estos antes del siglo XIX.
En la Edad Media, los apellidos no existían tal como los conocemos hoy en día. La mayoría de las personas se distinguían no por sus apellidos, sino por su nombre de pila y otros detalles como su lugar de origen o su profesión. Sin embargo, con el incremento de la población, se hizo imperativo encontrar un sistema más eficiente de identificación.
Fue en ese contexto que los apodos comenzaron a ganar popularidad. Estos se asignaban a las personas según sus características físicas, su temperamento o sus habilidades.
Con el devenir del tiempo, estos apodos se consolidaron como apellidos, transmitiéndose de generación en generación.
En España tienen una rica historia y diversos orígenes, que pueden clasificarse en cuatro categorías principales: patronímicos, toponímicos, de oficios y descriptivos.
Son aquellos que provienen de nombres propios y se utilizan para indicar la descendencia o relación familiar. Estos apellidos son muy comunes y suelen terminar en “ez” u “oz”, como López, Rodríguez, Hernández, Sánchez, Muñoz, Fernández, Suárez y Álvarez.
Estas terminaciones se originaron en Castilla y se emplearon como sinónimos de “hijo de” o “descendiente de”. Por ejemplo, López significa “hijo de Lope” y Hernández, “hijo de Hernando”.
En algunos casos, no adoptaron estas terminaciones y simplemente se mantuvieron iguales a los nombres de los antepasados, como Alonso o Martín.
Se derivan del lugar de origen de los antepasados y son nombres de ciudades, regiones o accidentes geográficos.
Ejemplos de apellidos toponímicos son Madrid, Del Valle, Úbeda, Montes, Ríos, Navarro y Campos.
En algunos casos, los que eran de origen portugués y gallego sufrieron transformaciones al pasar al español, como José do Campo, que se convirtió en José de Ocampo, y Mateo da Costa, transformado en Mateo de Acosta.
Los gentilicios también se utilizaban para asignar apellidos a niños huérfanos en orfanatos.
Tienen su origen en la profesión de algún antepasado y están relacionados con la agricultura, cargos públicos o eclesiásticos.
Ejemplos de apellidos de oficios son Carpintero, Herrero, Sastre, Pastor, Sacristán y Alcalde.
Es importante mencionar que no todos los individuos con un apellido de oficio necesariamente tienen antepasados que ejercieron dicha ocupación, ya que estos pueden haber evolucionado o cambiado con el tiempo.
Son adjetivos calificativos que describían el carácter o el físico de la persona que lo llevaba.
Ejemplos de apellidos descriptivos son Rico, Rubio, Delgado, Hermoso, Calvo, Bravo, Valiente y Moreno.
Estos se han ido heredando a lo largo de las generaciones y pueden no tener una relación directa con las características físicas o de personalidad de sus portadores actuales.
En menor medida existen también apellidos de otros idiomas que se adaptaron a una fonética y ortografía españolizada.
Algunpos de ellos podrían ser Domene, del catalán Domènec; Bécquer, del alemán Becker; Pinazo, del italiano Pinazzo; Arce, del vasco Artze y Landeira, del portugués Landeyro.
Estos apellidos reflejan la diversidad y riqueza cultural de la historia española y proporcionan una ventana a las raíces familiares y geográficas de sus portadores.
A lo largo de la historia, han evolucionado y se han adaptado a las necesidades y características de la sociedad, lo que ha dado lugar a una amplia variedad de apellidos con diferentes orígenes y significados.
La transmisión de apellidos en la España medieval era una tradición y costumbre. En algunas regiones, el primogénito heredaba el apellido paterno, mientras que en otras, era común que los hijos varones llevaran el del padre y las hijas, el materno. Esta diversidad de prácticas y normas no escritas complicaba su transmisión y la precisión de los registros.
Otro factor relevante era el estatus social. La nobleza solía utilizar un sistema de apellidos compuesto, uniendo los de la línea paterna y materna. Además, tenía el privilegio de adoptar el nombre de sus propiedades o linaje, lo que les permitía destacar entre el resto de sus vecinos.
Para registrar nacimientos, defunciones y otros hechos vitales se recurría a los libros parroquiales custodiados por la Iglesia desde el siglo XVI. En ellos se puede observar la evolución de los apellidos en las familias a lo largo del tiempo. No obstante, su rigor documental variaba, ya que en áreas rurales podían estar sujetos a errores de amanuenses u omisiones.
Con la llegada del sistema registral estatal en 1871, se estandarizó la inclusión de dos apellidos heredados de forma igualitaria. Sin embargo, la costumbre continuó moldeando la realidad en ciertos pueblos durante generaciones.
Existen otros registros históricos que nos permiten conocer mejor cómo se transmitían los apellidos en la sociedad rural española antes de la implantación del Registro Civil:
Documentación notarial sobre testamentos, dotes… donde figuran los apellidos de los contrayentes.
Censos de población como el Catastro del Marqués de la Ensenada que registraban datos demográficos básicos entre los que estaban los apellidos.
Obras literarias y estudios etnográficos del siglo XIX y XX que recogieron costumbres y formas de hablar locales, incluyendo la transmisión de apellidos.
Investigaciones de historiadores y genealogistas que han podido constatar patrones recurrentes en regiones concretas a partir del análisis de documentación histórica primaria.
Los apellidos más comunes en España, en orden de frecuencia, son García, González, Rodríguez, Fernández, López y Martínez.
En la página web del Instituto Nacional de Estadística (INE) puedes buscar los apellidos que en la actualidad continúan vigentes en España.
Desde la Edad Media el orden de los apellidos en España no estaba regulado y podía variar según la región o la cultura. En general, se utilizaba el sistema de apellidos patronímicos, pero en algunas zonas se utilizaba el sistema de apellidos matrilineales. También había casos en los que se usaban apodos o sobrenombres. Fue a partir de 1871, con la creación del Registro Civil, cuando se estableció el sistema de doble apellido que se emplea en la actualidad.
Los apellidos son mucho más que simples etiquetas; son vínculos con nuestra identidad, cultura y patrimonio. La investigación de su historia nos brinda la oportunidad de profundizar en nuestras raíces y comprender mejor nuestra conexión con el pasado.